Como señala la catedrática de Historia del arte María Luisa Bellido, la aparición de la fotografía puede entenderse como "uno de los descubrimientos más importantes para la historia de la civilización", uno que se puede equiparar a la irrupción de la imprenta o del cine.
Con ella llegaron nuevos cambios estéticos y éticos que no siempre gozaron de la mejor aceptación, como refleja la reacción crítica de Charles Baudelaire a la decisión del gobierno francés en 1859 de autorizar una sección de fotografía en el Salón de Pintura, Escultura y Grabado de París. "Si se permite que la fotografía complemente el arte en algunas de sus funciones, pronto lo suplantará o corromperá por completo", dijo el poeta.
Pero a finales del siglo XIX empezó a florecer un movimiento artístico liderado por una nueva generación de pintores que, en lugar de rechazar el avance tecnológico, estableció un diálogo de ida y vuelta para nutrirse de sus virtudes.
"Es un tema generacional. Cuando los impresionistas crecen y se educan ya existe la fotografía, y por tanto la toman como algo natural. Sin embargo, en los artistas anteriores provocó todo un debate sobre si podía considerarse arte o no. Algunos la rechazaron por ser excesivamente realista y otros por verla como un competidor que les iba a dejar sin clientes", explica Paloma Alarcó, comisaria de la muestra Los impresionistas y la fotografía en el Museo Thyssen.
Caballetes y trípodes coincidieron en un París que en aquel momento era el epicentro de la expresión artística y de la burguesía. "Los impresionistas buscaron un nuevo lenguaje para romper con la pintura canónica anterior, y para ello bebieron de muchas fuentes como la fotografía. La utilizaron de manera muy natural porque a ellos también le sirvió para expresar motivos a través de sus cuadros", considera la experta en arte.