Si en 2018 la compañía nipona Fujifilm anunciaba su decisión de dejar de fabricar carretes de blanco y negro, ahora rectifica. Y lo hace por el interés suscitado entre las nuevas generaciones, millennials y Z. Otras compañías como Kodak o Polaroid, siguieron los pasos de Fujifilm y también dejaron de producir película química para fotografía. Todo ocurrió motivado, en principio, por la falta de interés y demanda existente en un mercado donde la fotografía digital y móvil ha irrumpido con mucha fuerza y acaparado todas las luces. Si bien es cierto que aún en cine se sigue usando película química para rodar obras como “Los archivos del pentágono”.
A lo anterior, hay que sumarle el encarecimiento y dificultad para acceder a las materias primas necesarias en la fabricación de película fotográfica. Para abordar este problema, Fujifilm ha modificado el proceso de fabricación y ya trabaja en una nueva película de una calidad, nitidez y detalle excepcionales, que pueda satisfacer los deseos de los jóvenes entusiastas. Se tratará de una versión mejorada de su carrete Neopan 100 que primero verá la luz en el mercado japonés, y más tarde, según sea la demanda, en el resto del mundo.
Lo cierto es que esta vuelta de la fotografía química tiene sentido más allá de la propia melancolía, porque todavía hay cosas que no se pueden lograr mediante la tecnología digital. Los sensores de cámaras digitales captan los fotones de luz y los representan con patrones de píxeles distribuídos de forma uniforme. Ahí radica precisamente la diferencia con la película química, que siempre guarda cierta aleatoriedad y no llega a aportar todo el rango dinámico que el fotoquímico sí ofrece. Debido a que los haluros de plata, unidad mínima fotosensible de la fotografía química, no se distribuyen de forma uniforme sobre la matriz. Este hecho provoca que dos fotografías hechas con la misma película y condiciones de luz, nunca puedan ser exactamente iguales.
